Las páginas de «Las uvas de la ira», del escritor estadounidense, John Steinbeck, son testimonio que la migración es tan antigua como la humanidad misma. Familias enteras, despojadas de sus tierras por fuerzas mayores, buscan un nuevo amanecer donde sus manos puedan labrar un futuro. Esta realidad ha moldeado civilizaciones enteras a lo largo y ancho de los tiempos.
La historia del hombre en esta tierra es una crónica de movimientos. Los imperios romanos y otomanos no se construyeron con fronteras, sino con la integración de diversos pueblos. Como señaló Edward Said en «Orientalismo», la división entre «nosotros» y «ellos» es una construcción artificial que sirve a intereses políticos, no a verdades humanas.
¿Puede una persona ser «ilegal»? El derecho más fundamental es «el derecho a tener derechos». Cuando negamos este principio, socavamos la base de nuestra humanidad compartida.
La migración contemporánea no surge del vacío. Es el eco de siglos de colonialismo y décadas de políticas económicas depredadoras. La riqueza de algunas regiones se construyó sobre la pobreza de otras, con recursos extraídos de naciones vulnerables que dejaron tierras devastadas y economías fracturadas.
Hoy, quienes cruzan fronteras no buscan caridad sino justicia histórica. Son los descendientes de aquellos cuyas tierras fueron saqueadas y cuyos recursos fueron extraídos sin compensación justa. La descolonización es siempre un proceso complicado porque responde a la complicación sistemática de la colonización.
Los campos de California, las construcciones de Nueva York y las fábricas de Chicago palpitan con el sudor de aquellos a quienes llaman «ilegales». Sin embargo, la memoria colectiva de una nación debe incluir sus pecados junto con sus triunfos.
Reconocer la humanidad en cada migrante no es un acto de caridad sino de verdad histórica. Las fronteras que hoy se defienden con fervor son construcciones recientes en el largo desarrollo humano. Antes de que existieran, los pueblos se movían siguiendo las estaciones, las oportunidades y, sobre todo, la esperanza.
Como sociedad, se debe confrontar esta paradoja: celebran los frutos del trabajo migrante mientras criminalizan las manos que los producen. Esta hipocresía corroe el alma de una nación.
La migración continuará mientras exista desigualdad global. La única pregunta es si se responde con muros o con puentes, con detenciones o con dignidad, con miedo o con la sabiduría que reconoce que, en el gran tapiz de la historia humana, todos son migrantes buscando un lugar al que llamar hogar.
Oscar Arenas
Editor
Latinos239


